Si aburrirte no quieres, danzar feliz debes


Alguna vez te has preguntado: ¿de qué trata todo esto? Me explico. Despertar, ir al trabajo, comer, volver a casa, y repetir todo hasta que haya salud, ¿sólo para eso hemos nacido? 

Sería fácil acallar todas estas preguntas regresando a la absorbente rutina o distrayéndome en el mundano ocio, pero cuando uno es solitario y antisocial la palabra ocio es casi desconocida.

Por tal motivo mi solitario "refugio" siempre ha sido mi imaginación, donde mi vida es de colores y florecillas ¡hasta puedo viajar en el tiempo echado en mi cama!, pero, es una pérdida de energía estar allí.

¿Es acaso la existencia humana sólo esta breve e insípida rutina?, ¿adónde fue a parar mi asombro por la vida?

Por eso me gustan tanto los viajes largos y lentos tipo mochilero, recorriendo lugares poco poblados como Leymebamba en Amazonas o Calzada en San Martín.

Viajar a lo salvaje, revitaliza cualquier alicaído espíritu, y permite alejarse por unos meses de la vertiginosa vida urbana y sus cuadriculadas normas, conectando, a veces, a algo más grande, casi divino, más allá de cualquier importada religión. 

Viajar también me hace sentir de que la ciudad es sólo un lugar raro y aislado del planeta. Es como si la conciencia de lo que existe se ampliase más, llegando a las montañas hasta las estrellas y el universo.

¿Alguna vez durante un viaje has acampado en una negra noche sin luna lejos de cualquier ciudad y has visto el despejado cielo? Impresionante ¿verdad?

Pero, qué puedo hacer cuando no puedo salir de mi burbuja por un largo periodo de tiempo, ¿enloquecer?, ¿deprimirme?, ¿componer canciones?, o ¿aceptar la realidad y alinearme con lo que se considera "normal"?

Es en esos momentos cuando recuerdo las palabras del señor Guillermo Reaño, casi como una voz reverberando en mi cabeza, al estilo Obi-Wan Kenobi, diciéndome: "No es necesario irse lejos para sentir el revitalizante espíritu del explorador, Luke... perdón, ¡Marco!, basta mirar con nuevos ojos tu alrededor, y convertir un simple paseo por el barrio de toda la vida, en un emocionante viaje".


Shacshas de Upacá
Shacshas. Una buena forma de romper la rutina, ¡danzando!

Fue así que, cual obediente jedi, decidí probar este nuevo enfoque. Era claro que debía de salir al exterior, e ir aunque sea a la esquina, porque encerrado entre cuatro paredes frente a la computadora escribiendo artículos para otros no iba a descubrir nada motivador, pues la vida se desarrolla allá afuera.

El imperio contraataca 

Una reciente visita al centro poblado de Upacá fue la oportunidad perfecta para poner a prueba las palabras del señor Reaño, ya que este no es un lugar turístico, ni poseedor de una belleza paisajística impresionante.

Además ya había recorrido sus contadas casas rodeadas de ondulantes cañaverales muchas veces.

Debo de mencionar que mi vínculo con Upacá lleva forjándose hace sólo un par de años, por obra y gracia de Christian, el esposo de mi hermana. Él creció allí, y tal vez sin este nuevo vínculo familiar, Upacá hubiese pasado desapercibido para mí. 

Conozco el ambiente sosegado y monótono de Upacá, que poco ha cambiado a través de las décadas según cuenta mi papá, que frecuentaba esta zona a mediados de la década de los setenta del siglo pasado, cuando trabajaba en la extinta Sociedad Paramonga Ltda.

La única explicación que yo encuentro para esta especie de alteración del espacio-tiempo, es el casi nulo crecimiento demográfico. La mayoría de los upaquinos migran a las ciudades donde encuentran mejores oportunidades para desarrollarse.

Además, ¿cómo expandir el pueblo si todas estas tierras son propiedad de una poderosa empresa azucarera?, literalmente los distritos de Paramonga y Pativilca les pertenecen, es como si hubiésemos vuelto a los años previos a la Reforma Agraria.

Banda de músicos en Upacá
Poniéndole música al entorno

Conectando con lo místico ¡moviéndose al son! 

En Upacá, el "método" de ver con nuevos ojos lo cotidiano no me generó ninguna revelación mística, pero una actividad bastante común en cualquier festividad tradicional, sí que dio nuevos colores al grisáceo tono de mi mente: ¡la danza!

Había llegado justo en plena festividad en honor a un santo cristiano, actividad que poco o nada me interesaba ver. 

Sin embargo, lo interesante de estas actividades religiosas es ver la mezcla entre lo cristiano y las creencias panteístas y politeístas andinas que aún persisten, camufladas entre las cruces y los dioses judíos.

Sólo hace falta ver la frenética y rítmica danza de los Shacshas, para sentir una energía completamente distinta, una energía ancestral y rebelde diría yo, y aunque los danzantes ofrecen sus movimientos al santo, los orígenes y sonidos del tambor y la flauta pagana de los shacshas, se remontan a épocas prehispánicas.

Es fácil ver las incompatibles diferencias en estas festividades, por un lado se tiene el evento cristiano, caracterizado por su parsimonia y aires de "santidad", y al otro lado los desenfrenados latigazos, gritos, saltos y consumo de cerveza sin fin por parte de los danzantes.

Upacá (Pativilca) y los shacshas en acción
   
Debo confesar que disfruté mucho la atmósfera de los shacshas, tanto, que no sería mala idea unirme a su cuadrilla alguna vez, si se presentase la oportunidad, pues conscientes o no, estos danzantes tienen el poder de hipnotizarme, y llevarme hacia otros mundos, en los que es posible sentir la conexión con el todo.

Ellos me han motivado a visitar una huaca, o subir a la cima de un venerado Apu para fortalecer este fuerte vínculo entre nosotros, los seres humanos, y la siempre equilibrada naturaleza, y es que observando en lo profundo, es imposible ver rutina... aún en la ciudad.


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